Por Carmen Andújar Zorrilla
Aquel viaje a Noruega estaba resultando una maravilla, sus fiordos, miradores, pueblos y todas sus vistas te sumergían en una belleza difícil de describir. A pesar de todo esto, lo que verdaderamente me impactó fue el túnel más largo del mundo, el túnel de Leardel con sus 24,5 kilómetros que sirve de conexión entre Oslo y Bergen. Era tan largo que cada seis kilómetros construyeron unas bóvedas más anchas que el resto del recorrido, con una iluminación mucho más clara, dando la impresión que te encontrabas al aire libre, de esta manera descansaba la vista de la monotonía y oscuridad de tantos kilómetros. Entramos en él a las cuatro y media de la tarde. Yo observaba con deleite y curiosidad aquellos cambios de luz. Iba distraída y no me fijé que más adelante los coches se hallaban parados. Mi marido y yo pensamos que sería un percance sin importancia, craso error. Transcurrió media hora, y aburrida como los demás pasajeros y conductores, decidí salir del auto y acercarme a donde comenzaba la caravana. Íbamos en fila india, no existía mucho espacio. Ya me estaba aproximando y observé algo que no me gustó nada, una especie de humo afloraba por el techo y al final de esa columna, dos coches cruzados en medio de los dos carriles obstaculizaban el paso de todos los demás. No sabíamos que había sucedido; pero parecía que fue un choque frontal, por suerte sus ocupantes solo estaban heridos. El problema residía en la ignorancia de cuanto tardarían los servicios de asistencia en llegar.
Regresé sobre mis pasos y le conté a mi marido lo que ocurría. nos armamos de paciencia, no teníamos otra salida. Esperamos y esperamos. Al cabo de cinco horas interminables, saliendo y entrando al auto, estirando las piernas, sudando por los nervios y enfadados con todo y con todos, oímos un sonido lejano como de una especie de bocina. De repente un grito desde el principio de la caravana nos comenzó a increpar, o eso creíamos por el tono, porque no entendíamos nada, sería en noruego; sin embargo, por suerte el resto si lo comprendió, se metieron en los coches y se pegaron todos a las paredes laterales, imitándolos, nosotros hicimos lo mismo. Entonces a lo lejos comenzamos a escuchar el sonido cada vez más cercano de una ambulancia, que, aunque con dificultad, recorrió el pasillo que dejaron los automóviles pegados a la pared, detrás de ella le siguieron los vehículos de asistencia.
Salimos del túnel y entonces miré la hora. ¡No podía ser! Seguían siendo las cuatro y media de la tarde.