Por Salvador Moreno Valencia
En estos días inciertos, de muchedumbres solitarias, de gente que viene y que va, estoy sentado en la estación de mi vida, veo pasar los trenes que no me corresponden ¿o sí? Trenes llenos de otras vidas, llenos de otras formas de pensamiento, de otras formas de amar… Trenes llenos de solitarios; vagabundos, sin ninguna parte a donde ir, que vienen o van al lugar donde habitan los recuerdos, el tenebroso pasado que nos convierte en futuros muertos.
Recuerdo otros días en los que fui sembrando semillas de presente para acabar recogiendo olvido en el futuro incierto.
Esta es la estación de mi vida, de mis días, en ella parecen estar cerradas las oficinas donde adquirir un billete, para ir si quiera, al otro lado del espacio. No, no hay billetes, de momento, para mí, debo quedarme aquí en este tiempo y en este espacio, ambos tan pequeños.
Veo pasar la vida sentado en la estación, en mi estación solitaria, a la que va llegando un río de sonoros recuerdos: carcajadas, risas, llantos, gritos, palabras, voces…
Los que se marcharon, ahora, regresan con aparente alegría, la misma que siente el emigrante cuando vuelve a su tierra por unos días, con la ilusión de encontrar a la gente que dejó tras su marcha. A veces, encuentra algún viejo amigo que ya tan sólo es una ilusión de otro tiempo, como un sueño, otras ya no pueden ver a otros porque fueron desterrados a la estación, para esperar el cambio de espacio viendo pasar los trenes llenos de locos solitarios.
El viajero deshace su maleta, y al cabo de unos días vuelve a introducir en ella los harapos de su recuerdo, fetiches que adornarán en el otro espacio, su tiempo de recuerdo. Luego el tren se pone en marcha, el tren, el de su vida, su tiempo, su espacio, pasarán muchos días para que vuelva a regresar; sin embargo, yo estaré ahí sentado en la estación de la vida, en mi espacio, en mi tiempo como sacando ojos de rana a los recuerdos en la estación en la que he sido desterrado para ver pasar los trenes de mi tiempo y de mi espacio.
Los trenes se pierden en el horizonte azul de las tardes del sur; yo me quedo allí viéndolos desaparecer en las tardes de primavera, en las de verano, de otoño, e invierno. Llega la primavera, los campos eclosionan en millones de colores; llega el verano y van tornando su colorido volviéndose ocres y amarillos, y las tierras van secándose como se van secando los arroyos y los ríos; la vida sigue rumbo al otoño que va sembrando de hojas las veredas y las alamedas, los árboles se quedan desnudos, llega el largo invierno, el frío hiela la estación, mi corazón dormita: miro las vías del tren por las que hace tiempo ni llega ni se va nadie.
Pienso en el último tren que pasó hace muchos años, ese tren al que nunca subí, y que jamás volverá. Ahora soy el viajero que soñé, y que añoro sin haberlo sido.