Por Carmen Urtiaga López
Una calma inmensa la recorría el cuerpo, cuantas veces mirando al cielo vio cruzar un avión y su primer pensamiento era, ¿dónde irá? Me gustaría ir en él, vaya donde vaya. Se reía mentalmente, esa ilusión se iba a cumplir en pocas horas, junto con su amiga del alma, eran amigas desde niñas y se habían regalado un viaje a Turquía, para paliar todas las penurias que habían tenido que soportar, ahora podían.
Estaba deseando ver todas las maravillas que había leído sobre Turquía, pisar, tocar, maravillarse con Pamukkade, Capadocia, montar en globo, solo de pensarlo se le aceleraba el corazón, visitar Santa Sofía. Viajar era vivir… Por circunstancias de la vida ella había estado muerta, bueno muerta no, pero ausente en su propia vida, sí.
Hacia unos años no podía haberse imaginado tal salida, la vida hay que vivirla, disfrutarla, pero en la mayoría de las ocasiones la vida se comporta como un corsé que te oprime tanto, tanto, que te deja sin respiración, pero todo pasa y hay que disfrutar los momentos.
Su amiga, también había estado perdida en su propia vida.
Decidieron su vida, vivían en distintas comunidades, habían mantenido su relación de amistad por teléfono, pocas veces habían podido reunirse, pero la amistad de la infancia
y la juventud ahí seguía.
Después de muchos años sin verse iban a encontrarse, ella se había casado, había tenido una familia, ahora sus hijos ya eran mayores y tenían sus vidas hechas, sus propios hijos. Había luchado mucho en su vida, por su familia, por trabajar en una época en que las mujeres se retiraban al casarse, ya contaba con 70 años, había luchado con enfermedades que le toco vivir, la vida es así, su marido falleció de un infarto y tuvo que
luchar por sus hijos, todavía estudiantes, pero siempre se reprochaba no haber luchado años atrás, no haber plantado cara a los prejuicios, no, no había sido valiente.
A su amiga también la había tocado luchar, como a todos en esta vida, se casó demasiado joven con un hombre que quizá no había querido demasiado, se casó para salir de su casa, para disponer de su “libertad” por lo menos eso ella lo creía así, también lucho por trabajar y mantener su independencia, la costó, pero lo logro y ahora con 70 años había tomado la decisión de divorciarse, su vida, había sido una farsa, una
autentica farsa. No había tenido hijos. Era un buen hombre, sí, pero ella no era, no había sido feliz, se había estado engañando a sí misma y no había luchado nunca por su verdadera libertad, los prejuicios que se impregnan en la piel y no dejan salir la verdad que se lleva dentro. No había sido valiente tampoco.
Ahora lucharan, si lucharan por ellas, ya no son adolescentes, esas adolescentes que se miraban con cariño… con deseo y renunciaban a sus sentimientos porque en su época era “pecado” y dos mujeres tenían prohibido amarse, ser felices. Quizá habían esperado demasiado pero al final habían dado el paso. Renunciaron a su felicidad “engañaron” a sus respectivos esposos, siendo las correctas esposas que esperaban, pero en lo más profundo de su ser, siempre pensaban la una en la otra.
Este viaje era su viaje a la libertad, su viaje a la verdad, su viaje a sus vidas, a retomar todo aquello que por prejuicios les fue arrebatado y ellas no supieron luchar por ello. Tenían unos años ya, pero no les importaba, lucharían para disfrutar juntas del tiempo que les quedase.
Ese hotel en plena plaza Taksin les estaba esperando y pensaban disfrutar de su viaje a la libertad, su libertad.