Fresco respiro

Por Beatriz Saiz Santamarta

Llegué al hotel, no había estado nunca pero me sentía como en casa. Parece mentira todo lo que creemos necesitar en nuestra casa y en la intimidad de una habitación desconocida, sientes que estás en tu espacio.

Después de un día lluvioso, tenía los pies mojados y fríos. Ya lo dice el dicho popular burgalés: “Burgos tiene dos estaciones; la del tren y la de invierno”, puedo dar fe, en los albores de la primavera, del frío que hace.

Quería escribir un par de postales que compré en la Catedral, majestuosa y de fiesta en su octavo centenario, pero mis dedos de cristal, se pueden romper en cualquier momento.
Mientras reviso las compras, poco a poco voy entrando en calor; ¡me encanta el pañuelo que he comprado en la tienda del Monasterio de las Huelgas!, inspirado en el Peyote de Leonor de Castilla, ¿o era de Inglaterra? ¡Qué lío tengo en la cabeza!.

El confinamiento ha sido duro, la pandemia atroz y este fin de semana lo siento como aire puro, un fresco respiro.

Parece que las cosas van mejorando. No me quito la mascarilla en la calle, necesito tiempo. Mi puesto de tcae en una residencia de personas mayores, ha sido durísimo. El ayuntamiento del pueblo, nos ha regalado un bono de hotel a todas las trabajadoras y a Carlos y Óscar que son los únicos chicos de la plantilla. He decidido venir sola, me tenía un poco apartada de mi propia existencia. Mis pilas se van recargando cual batería del móvil enchufado a la red. Hablando del móvil, lo llevo en silencio, tengo 38 wasaps de Mario, pero ahora no es el momento. Ya pensaré.

Me doy una ducha, siempre me ha dado pena gastar los botecitos de los hoteles, ya no. Huele a manzana, me encanta, haré una foto e intentaré conseguirlo. El champú y el peine se lo regalaré a mi tío Pepe, que lo aprovecha para ir a la piscina. Por cierto, no sé si habrá vuelto a su rutina nadadora, ya le llamaré a mi vuelta.

Tras la ducha, mis manos vuelven a su ser, ya me responden. Siempre llevo en el bolso un bolígrafo de 4 colores (rojo-temperatura, azul-pulso, verde-tensión arterial  y negro-respiración) que a su vez me sirve para dibujar corazones rojos y poner colores en mis notas y en las postales y/o cartas que decido escribir:

“Hola cuqui, ¿qué tal estás? Estoy en una ciudad muy bonita, que se llama Burgos, ya te contaré. Te llevo un peregrino de peluche  y te daré besos en el cuello en cuanto te vea”.

Mi vecina se llama Ana, el día 9 de abril hace 4 años y ha sido una alegría para todos los que nos rodeamos de su sonrisa en estos tiempos difíciles.

He dormido de maravilla, echaba de menos la sábanas blancas de algodón, fuertes y amorosas que solo se encuentran en los buenos hoteles. 

A primera hora asisto a misa en la iglesia de la Cartuja -la última vez que pisé una fue en la boda de una prima hace 3 años- ahora que recuerdo, creo que se han separado, no la he vuelto a ver, en fin.

El tren sale pronto, así que decido picotear por el centro de la ciudad y luego un taxi me acerca a la estación. Los cojonudos están ídem (pan, huevo de codorniz y chorizo con pimiento rojo picante) y su novia la cojonuda, en vez de con chorizo, con morcilla. ¡Qué buenos estaban los seis: tres de cada!, ya comeré lechuga a la vuelta,…

Ufff, no he llamado a Mario. 
Bueno, mañana.

Por las ventanas del tren veo los paisajes pasar a toda prisa, aunque yo, no tengo ganas de regresar…

 

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